Una de las formas más silenciosas —y a la vez más destructivas— de manipulación emocional es el gaslighting.
Y suele comenzar de forma sutil: dudas que no tenías antes, sensaciones que el otro invalida, recuerdos que alguien insiste en desmentir. Y tú, que antes confiabas en ti, comienzas a preguntarte si estás exagerando, si estás siendo muy sensible, si acaso te estás volviendo loca.
«Pero la verdad —y esto es importante que lo leas con calma y lo sientas en tu cuerpo— es que es mucho más probable que el otro te esté mintiendo a que tú estés perdiendo la razón».
El gaslighting funciona justamente así: desestabiliza. Te hace cuestionar tu percepción, tus emociones, tu memoria. Quien lo ejerce no necesita gritarte ni agredirte directamente. Le basta con sembrar la duda: “Eso no pasó así”, “estás imaginando cosas”, “no seas paranoica”, “siempre haces un drama por nada”.
Y poco a poco, si lo escuchas lo suficiente, empiezas a creértelo.
¿Pero qué es exactamente el gaslighting?
Es una forma de abuso psicológico que busca hacerte dudar de ti misma.
El término proviene de una obra teatral —y luego una película— en la que un hombre manipula a su esposa para hacerla creer que está perdiendo la cordura. Cambia objetos de lugar, atenúa las luces, y cuando ella pregunta, le asegura que todo está igual, que se lo está imaginando.
Ese es el corazón del gaslighting: negar la realidad frente a tus ojos.
Y aunque parezca extremo, ocurre con más frecuencia de lo que creemos, sobre todo en relaciones de pareja, vínculos familiares o entornos laborales jerárquicos.
Quien lo ejerce suele tener una gran habilidad para dar vuelta la situación, para hacerse la víctima, para hacerte sentir culpable incluso por sentirte mal.
¿Cómo te das cuenta?
Empiezas a desconfiar de ti. A preguntarte si estás exagerando. Te disculpas por todo, incluso por cosas que no hiciste mal. Sientes culpa sin entender por qué. Consultas con otras personas para confirmar si algo que viste o sentiste fue real. Te sientes confundida, pequeña, insegura. Y el miedo más grande aparece cuando comienzas a pensar: “¿y si soy yo el problema?”. Pero no. No eres tú.
«Si estás leyendo esto y algo dentro de ti se siente reconocido, es importante que sepas que no estás sola. Ni estás loca. Ni eres débil por haber caído en esto».
El gaslighting funciona porque quien lo ejerce sabe cómo manipular, cómo detectar tus puntos vulnerables, cómo girar la narrativa a su favor.
El cuerpo no miente
Aunque la mente se nuble, el cuerpo no se confunde. Hay algo dentro de ti que sabe. Que se siente incómodo, angustiado, oprimido, aunque las palabras del otro intenten convencerte de lo contrario. Ese malestar es una señal. Tu intuición te está hablando, incluso si no puedes explicar por qué te sientes así.
Confiar en ti es el primer paso para salir de este tipo de dinámicas. Rodearte de personas que te escuchen sin juzgar, buscar ayuda profesional, recuperar tu narrativa.
Porque nadie debería vivir dudando constantemente de su realidad. Nadie debería tener que defender lo que siente o justificar lo que recuerda para ser validado.
Recuperar tu voz
Salir del gaslighting es, ante todo, un proceso de volver a ti. A tu verdad. A tu centro. Es volver a decir “esto que siento es real”, incluso si el otro lo niega. Es elegir tu paz por encima de las justificaciones del otro. Es dejar de pedir permiso para confiar en ti.
Y si todavía te cuesta verlo claro, recuerda esto: cuando una situación te hace sentir constantemente confundida, ansiosa o culpable sin motivo, no es tu sensibilidad el problema. Es tu cuerpo reaccionando ante una forma de maltrato emocional que no debería estar ahí.
Créete. Escúchate. Recuérdate: no estás perdiendo la razón.
Si te reconoces en esta situación, permíteme ayudarte a recuperar tu verdad.
Agenda una cita y hablemos en un espacio seguro para ti.
Maryari Vera
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